Este año la conmemoración de la Segunda República ha tenido más relevancia que en el pasado, debido al desprestigio que acumula una monarquía envuelta en corruptelas, oscuridades y privilegios cada vez más inaceptables.
A una sociedad a la que se ahoga con recortes y en la que hay seis millones de parados le sublevan las cacerías amañadas y los amoríos del monarca, las trapacerías, robos y enjuagues (presuntos) de Urdangarín, la imputación de la infanta Cristina, los chanchullos y turbiedades de la real casa y el coste escandaloso, sufragado con los impuestos de los trabajadores y de los consumidores, de la corte de la Zarzuela que es, como apuntó el libretista, género chico por contar con un solo acto.
En la España tundida de hoy ya no cuela que la jefatura del estado se herede, ni el privilegio por razón de cuna, ni la seguridad perpetua por nacimiento y sangre, ni las obras benéficas bajo entoldado de terciopelo, ni la condición de súbdito, ni los discursos de navidad que nadie escucha, ni los viajes en el Bribón para ir a Marivent, ni los exabruptos borbónicos que antes pasaban por simpáticos y campechanos. Ya no.
Las únicas coronas que aún tienen devotos son las de los naipes y la del rey de las hamburguesas. Monárquicos, lo que se dice monárquicos, van quedando pocos. Como mucho, los que cantan las cuarenta en bastos o los que sueña con ser el king en la casa del whopper.
Cada vez más gente pide el advenimiento democrático de una república que traiga un nuevo sistema político más humano. Una república de ciudadanos libres e iguales guiada por los valores de la justicia y la honestidad.
En Guadalajara, como es tradición, se celebró una ofrenda floral en el cementerio en memoria de los republicanos asesinados por el franquismo, que aún se amontonan sin identificar en fosas y osarios. Hace especial daño saber que los señores del PP que gobiernan en Guadalajara se niegan a que haya una lápida en la que aparezcan los nombres de los fusilados, como piden sus descendientes y resulta de justicia elemental. Además, los familiares de las víctimas denuncian que el gobierno del PP de Guadalajara está tapando con hormigón las tumbas para, sobre ellas, hacer otras que venderá a particulares.
Hace más de setenta años que terminó la guerra civil y el PP continúa en la infamia de insultar la memoria de las víctimas republicanas imponiéndoles el olvido y la vergüenza, para lo cual pisotea las leyes aprobadas por el parlamento. ¿Qué podemos esperar de un gobierno que no respeta ni a los muertos?
Hace veinticinco siglos Antígona nos dio una lección imperecedera sobre el respeto y la paz que merecen los muertos. Es un hecho que los que nos gobiernan no saben quién es Antígona, ni les importa.
Para gobernar la España de hoy como es gobernada hace falta estar revestido por una gruesa capa de incultura.