Año VI de la crisis.

A pesar del tiempo transcurrido desde la caída de Lehman Brothers, aumentan las razones para tomar la calle y jurar en arameo contra el saqueo incesante de los gobiernos del PP.

No es sólo la crisis-estafa la que empuja a la gente a decir basta ya. También azuzan la putrefacción del PP y el hartazgo ante el bipartidismo secuestrador de instituciones. Hay mucha rabia y desapego en la que pagan justos por pecadores, a veces sin quererlo y otras con la peor intención.

En cuatro días ha habido dos ocasiones en las que IU ha vuelto a salir a la calle (lo sentimos, perdimos la cuenta de las veces anteriores, por numerosas) para unirse a las reivindicaciones de partidos políticos, sindicatos y asociaciones en defensa de lo común: en Azuqueca de Henares la primera, el cinco de noviembre, contra la enésima dentellada al Centro de Especialidades y, la siguiente, en la capital, el día 8, para defender la provincia y a los provincianos de la plaga “popular”.

En Azuqueca de Henares acudieron a la convocatoria unas cien personas y en Guadalajara unas mil quinientas. Pocos, muy pocos, en comparación con el daño que provoca la queja, que es inmenso. Además, algunas heridas no cicatrizarán nunca.

Así estamos por la gracia de las mayorías absolutas concedidas por una ciudadanía que siempre habla con seguridad y que nunca se equivoca aunque ahora diga lo contrario.

Sólo tres años de gobierno y Rajoy y Cospedal son muertos vivientes, finados-finiquitados, miembros de una cúpula corrompida y corruptora a la que nunca le importó la gente, ni siquiera los suyos, mera infantería para sus conquistas, agios y depredaciones.

Quiere esto decir que el PP está desnudo, pesadilla del poder. Se le cayeron los velos y donde se le ve la carne hay gusanos que medran en la podredumbre.

Nadie cree en la palabra del gobierno, ni los propios. Sus jefes son figurillas amortizadas, autómatas previsibles que irritan también en su casa, signo de que su tiempo terminó.

Los gobernantes del PP tienen que irse ya, dejarnos en paz, ponerse los grilletes y entregarse en el cuartelillo, pero para eso haría falta que la bandera que lucen en sus muñecas fuese sentida, lo cual es ilusión en una derecha que confunde el patriotismo con el patrimonialismo.

La putrefacción del PP es contagiosa, es un peligro. Mancha lo que toca y también lo que no toca. El PP chapotea en el lodo de la corrupción de la que se alimenta y a la que alimenta.

En este tiempo final también llama la atención el entusiasmo de algunos medios y partidos en activar una picadora universal de culpabilidades, sin distinciones ni matices, con cartas ocultas, porque en la confusión está su ganancia, así como la expiación de pecados anteriores, especialmente la pereza y la mentira.

Hay una sobreactuación, una impostación en la denuncia de algunos recién llegados que sobra. También un retorcimiento del lenguaje con desaparición de palabras clásicas y sublimación de otras no tan nuevas, todo muy apropiado para un tacticismo diseñado en el laboratorio.

No merece el mismo trato la resistencia que el dominante, igual que la experiencia y una trayectoria limpia, a lo largo de muchos años, son ejemplos a seguir.