Los partidos del bipartidismo, que ven en peligro su hegemonía, se aferran al poder institucional desesperadamente por la vía de la manipulación de las leyes electorales, por mucho que se desangren perdiendo votos y representatividad, ¡Qué les importa si la democracia se daña con sus manejos!

Ya hemos tenido un aperitivo de estos trucos contables para transformar pocos votos en muchos escaños con Cospedal, que se ha hecho confeccionar un sistema en Castilla-la Mancha que le permitiría gobernar con tal de sacar el 35-40% de los sufragios y quedar en primer lugar (incluso, podría darse la adulteración de que consiguiera más escaños aunque tuviera menos votos que el segundo). Dicho de otro modo, aunque el 60%-65% de los electores votara a otros candidatos, Cospedal gobernaría como si tuviese la mayoría absoluta, lo cual significa que en Castilla-La Mancha los votos del PP valdrían el doble o más que los de otros partidos políticos (los adeptos llaman bonus a esta estafa para disimularla). Es indiscutible que este sistema impugna la democracia, porque transformar un 35%-40% de los votos (la minoría mayoritaria) en un 50%+1 de los escaños (mayoría absoluta) exige convertir el 60-65% los votos restantes (la mayoría) en un 50%-1 de los escaños (la minoría mayoritaria). Con el sistema de Cospedal, que convierte a su minoría en mayoría y a la mayoría restante en minoría, los partidos pequeños y medianos son condenados a la muerte institucional (también sus votantes) al monopolizarse las instituciones y la representación, tendencialmente, por dos partidos o bloques predominantes.

Decíamos que esta propuesta es un aperitivo de lo peor que se barrunta porque el PP y el PSOE amenazan con otros retorcimientos aún más graves de la democracia y la representatividad.

Cercado por su corrupción propone el PP la elección directa de los alcaldes y presidentes autonómicos, lo cual es defender un sistema mayoritario puro que permite que un candidato con sólo el 20% de los votos, en una situación de alta fragmentación política, sea alcalde contra el 80% de los votos del resto de los ciudadanos que prefieren otras candidaturas. La única condición que ha de cumplir el candidato que ha conseguido ese 20% es sacar un voto más que el segundo. El hecho de que los demás candidatos, unidos, representen a la inmensa mayoría de los electores ni cuenta ni pinta en un sistema así. Además, se conocen bien las consecuencias de aplicarlo: en Gran Bretaña se aplica tal regla desde hace siglos y por eso, desde hace siglos, en Gran Bretaña hay un bipartidismo asfixiante que expulsa de los parlamentos y de los gobiernos a millones de ciudadanos.

Hay variantes de este sistema alevoso. Por ejemplo, fijando un porcentaje mínimo de votos para el ganador que siempre estaría por debajo de la mayoría absoluta, punto a partir del cual el procedimiento se vuelve superfluo.

No se queda atrás el PSOE en proponer adulteraciones electorales una vez desafiado también su poder institucional. Lleva el PSOE tiempo amagando con una corrupción de la proporcionalidad consagrada por la Constitución: la elección directa a dos vueltas de alcaldes y presidentes autonómicos. Consiste tal en que si ningún candidato alcanza la mayoría absoluta en una primera vuelta se repiten las elecciones (lo cual es un mayor gasto, pero eso al PSOE no le importa) pero con sólo dos contrincantes, el par más votado (bipartidismo), quedando el resto, con papeletas y pertrechos, fuera de la contienda electoral.

La lógica es de hierro: cuanto mayor es el desgaste que sufren el PP y el PSOE, mayor es su inclinación por un sistema mayoritario que no cabe en nuestra Constitución y que exigiría reformarla.

No estamos seguros, o sí, de que Ciudadanos y Podemos, aspirantes a sustituir este bipartidismo por otro, llegado el caso y de sufrir el mismo desgaste por el ascenso de otros aspirantes, propusieran entonces lo mismo que el PP y el PSOE defienden hoy.

La democracia, como mínimo, es el gobierno de la mayoría con el debido respeto a las minorías, que no sólo tienen el derecho a existir sin ser aplastadas por manipulaciones contables de votos y escaños sino que han de tener en las instituciones el lugar que les corresponde y que sólo debieran decidir los ciudadanos.

La democracia consiste en construir gobiernos representativos basados en la negociación y el consenso. Lo contrario, la gobernabilidad por encima de todo, aunque la ejerza una minoría esclarecida, es burla y engaño, alejamiento de la ciudadanía de la política y elitización de la dirigencia.