Un vecino de Azuqueca de Henares, Benjamín Redondo, trae a nuestra ciudad la exposición itinerante de la asociación Txinparta y de miembros de la Recuperación de la Memoria Histórica, para ilustrar un capítulo más, de los muchos que aún permanecen sepultados, de la terrible historia de la posguerra con sus represiones, crueldades y venganzas.
Hay que ver la exposición porque sin memoria no hay historia y sin historia no hay futuro. La memoria es un instrumento insustituible para escribir la historia, sobre todo la más reciente y dolorosa, por terrible que sea su relato, por respeto a los hechos y a las víctimas pero, sobre todo, a las generaciones futuras que tienen el derecho a conocerla sin tergiversaciones, manipulaciones y mentiras para no repetir los errores del pasado.
Urge rescatar la memoria porque caduca. Cuando la memoria desaparece llega el olvido. Pero para que este desenlace se dé en una sociedad hay que inducir antes una amnesia colectiva, que se consigue mediante al miedo y la prohibición que ya soportamos desde hace demasiado.
Las memorias individuales componen las colectivas y todas ellas, bajo el tamiz de los métodos de la historia y aplicada la sagacidad del historiador, se convierten en el relato del pasado. Si se impide la memoria surgen las versiones oficiales, que son siempre el punto de vista del victorioso o meta-relatos y estructuras determinantes vacías de experiencias.
La memoria no es un derecho que pueda ser regulado a voluntad del legislador o incumplido sin más por los adversarios de la ley. Recordar lo vivido es una facultad humana elemental, de donde se deduce que censurar el recuerdo o impedir su manifestación es una negación de la libertad íntima de la persona por recordar y saber.
La memoria sobre nuestra guerra y posguerra no es revancha sino comprensión y posibilidad de cerrar las heridas que aún supuran. Lo revanchista, al contrario, es intentar enterrar la memoria o silenciarla a base de humillaciones, desprecios e ilegalidades.
En España, y esta es una grave carencia, no ha habido duelo por una parte de las víctimas de la guerra y de la posguerra, ya que no se ha respetado la memoria. Sin duelo, y eso lo sabe hasta un aprendiz de piscología, no hay superación y cierre de las heridas del trauma de la guerra civil y de la cruelísima represión de la dictadura. Esta es una anomalía que nos hace daño como sociedad y que impide una asunción natural de la idea de nación, de ahí las dificultades para acordar, por ejemplo, una letra para el himno nacional que alcance el consenso de la sociedad.
Queda mucho por hacer. Aún hay miles de fosas comunes en cunetas, campos y cementerios que esperan a ser abiertas para que las familias recuperen los restos de sus seres queridos y les den el entierro que merecen. En España lo mejor de la filosofía y de la historia se escribieron como literatura (Cervantes, Calderón, Galdós o Unamuno, por ejemplo) y no como filosofía o historia, al estar muy contaminadas por la teología oficialista. La historietografía revisionista que pretende blanquear el pasado sigue siendo guía de políticos. Y la ley de la memoria histórica no se respeta por quienes invocan la legalidad hasta la náusea cuando les conviene.
Hay que superar esta situación porque de lo contrario la apropiación del pasado por una parte de la sociedad, la que ya lo tiene, será para siempre, convirtiendo la posibilidad de una identidad común en una quimera y la identificación con un proyecto colectivo en un imposible.