La gente sale a la calle porque está hasta el copete, porque no se resigna a ser animal amaestrado, porque el gobierno la daña con sus mentiras, verdugazos y ratimagos de chulo, porque ya no se traga la verdulería de tanto tertulio, periodiquero y publicantón que no venden ni la docena y que cuando descubramos de qué viven, dejarán tamañito el asunto de los sobres de Bárcenas, el tesorero del PP corrompido hasta los tuétanos.

La ciudadanía no está por consentimientos adicionales a un gobierno de mentirosos que gobierna a favor de corruptores, que empuja a sus semejantes a la desesperación, la locura y el suicidio (que no es más que asesinato inducido y como tal debería ser tratado, con la violencia de la ley penal y su instrumento más poderoso, la cárcel), que destruye su presente, su futuro y el porvenir de sus hijos.

La ciudadanía ha mostrado hasta ahora un temple que el gobierno confunde con conformidad, cuando no es más que prudencia que, frustrada, se transformará en su contrario, como es de ley.

La ciudadanía está llegando a la conclusión de que desfilar a diario por las calles a paso de costalero con la pancarta de rigor, o que firmar el último manifiesto, moción o iniciativa legislativa que acaban en la basura, son esfuerzos pacíficos e inútiles que sólo merecen el desprecio y la chanza del poder gubernamental. Ofensa y humillación, esto es lo que recibe el pueblo de un gobierno de presuntos corruptos y de mentirosos confesos. ¿Para cuando un Dostovieskii que novele la situación?

La ciudadanía sospecha ya de los que afirman que toda la política es pecado y suciedad, porque esos sujetos coinciden con los que ensalzaron a este gobierno con cánticos e himnos cómplices y que, ahora, fastidiados porque los suyos rebuznan, lanzan porquería a los cuatro vientos para tapar la depredación amiga, excepto a la patronal, sobre la que no dicen ni pío, porque será que paga las opiniones y columnas favorables, por mucho que sus jefes, los Díaz Ferrán y los Arturo Fernández, sean los reyes de la estafa y del fraude, respectivamente.

Por todo ello, hoy en Castilla-la Mancha menudean las manifestaciones. Una de carácter regional en Toledo, a mediodía, en defensa de los servicios públicos, a la que han acudido unas 30.000 personas, y otras por la tarde en las capitales de provincia, a favor del cambio de la ley hipotecaria, la dación en pago retroactiva y los alquileres sociales.

Educación, sanidad y servicios sociales públicos, iguales para todos y adecuadamente dotados, y vivienda digna para los ciudadanos en un país en el que hay millones de casas vacías que son, además, un lastre para los bancos que, encima, viven del presupuesto público.

Los ciudadanos que protestan elevan sus peticiones. Ya no se conforman con una rectificación gubernamental o con el cese de un ministro, lo cual habría servido hace seis meses pero ya es un absurdo. Exigen la dimisión del gobierno en pleno, el de Cospedal y el de Rajoy, inmediata y fulminantemente, porque ambos mintieron y dinamitaron la Constitución. El pueblo no consintió lo que estos señores perpetran. La palabra traición se pronuncia por todas las esquinas.

Es sabido, donde gana la traición desaparece la confianza, y sin confianza no hay legitimidad. El gobierno que mina las bases de la obediencia cava su tumba.