La permacultura es un enfoque de la vida en sociedad y en armonía con la naturaleza que tiene
gran solera, con origen en los movimientos contraculturales de los años 60-70, especialmente en
el mundo anglosajón.
La permacultura nace de la quiebra del proyecto de la modernidad capitalista consistente en
forzar y violentar a la naturaleza, en procurar un productivismo y un crecimiento económico sin
límites, en imponer la lógica del beneficio privado por encima de cualquier otra consideración y en
la mercantilización completa de la vida que acaba destruyendo las comunidades y los lazos de
colaboración entre los seres humanos. La permacultura no es sólo un conjunto de habilidades al
alcance de todos para lograr una existencia mejor, más sencilla, austera y plena, sin falsos ídolos
ni dominaciones perversas, sino una moral colectiva en la que el hombre en naturaleza sea la
medida de todas las cosas y no el vil metal.
En España todo esto de la contracultura pasó muy desapercibido porque mientras en EEUU,
Australia o Francia había millones de personas que no querían vivir una vida alienada, plana y
vacía, por aquí se atravesaba un momento previo a la cultura y a la modernidad, con un dictador
que lograba estabilidad con cárceles, garrote vil, emigración económica y consumo de bienes de
primera necesidad. Eran los tiempos del landismo, en los que los Juanitos Navarro,  Quiques
Camoiras et alii hacían hipérbole del paletismo de boina, con historias inverosímiles y gracietas
chuscas, para delicia de un público que comenzaba a cepillarse los dientes con Profidén y
escuchaba los consejos de Elena Francis (que luego se descubrió que era un hombre) en la
radiogramola.
La permacultura es una opción viable de vida en sociedad ahora que sabemos que el planeta no
aguanta más la violencia que lo encadena. Ya no quedan continentes que descubrir ni islas que
poblar que alivien la presión insoportable que ejercemos sobre nuestro entorno. En el año 2005
alcanzamos el pico del petróleo, hecho histórico que anuncia el fin del productivismo sin límites
basado en la quema de combustibles fósiles,  cimiento del crecimiento y de la ganancia privada.
Además, es una evidencia que la tierra se ha quedado pequeña para un capitalismo explotador
que devora las materias primas y contamina sin cesar. Por otra parte, el cambio climático
causado por la actividad humana es una amenaza global que provocará luchas por el control de la
tierra y el agua dulce, nuevas fuentes de ganancia rápida para la carroña financiera que ahora
huye de las inversiones inmobiliarias no rentables. Finalmente, una humanidad sometida por los
genios del capitalismo depredador crece sin cesar adquiriendo un carácter cercano al de una
plaga. El mundo tal y como lo hemos conocido llega a su fin y parece evidente que  habrá que
hacer algo para evitar lo que se nos viene encima, a no ser que prefiramos asistir a un gran
espectáculo piroclástico en primera fila o a una regresión civilizatoria imparable que nos lleve a
una nueva edad de piedra.
La permacultura busca respetar la casa que nos cobija, que es una y no tiene repuesto, frente a
los vándalos del capitalismo expoliador empeñados en devastar sus habitaciones, empezando
por las del servicio.
Si no hacemos nada para enmendar este rumbo provocaremos un colapso global, a no ser que
medie un milagro que lo evite, lo cual no es esperable. Nunca antes el futuro de la humanidad
dependió tanto de la humanidad. La permacultura es un motivo para la esperanza.