La huelga en la educación fue un éxito. Pero no porque se piense que torcerá el rumbo del PP en esta materia, sino porque mostró que la comunidad educativa (docentes, familias y alumnos), que es la espina dorsal de la educación, está más unida que nunca en la premisa de que la ley Wert es una calamidad tanto para la educación pública como para el futuro del país.
Es sabido que la derecha española que añora Otumba y Lepanto ha sido y es enemiga de la educación universal. En la LOMCE asoma el espíritu de Bravo Murillo, ese prócer del moderantismo con calle en la capital del reino que pronunció aquella frase memorable de “no quiero escuelas sino bueyes que aren”.
Nuestra derecha altisonante siempre manifestó abierta hostilidad a la educación universal, porque pueblo instruido es enemigo de tiranos. De su miedo a perder su posición basada en el privilegio nació su inquina hacia cualquier mejora de la educación en un sentido universalizador y por el camino de los derechos, como atestiguan sus diatribas contra el krausismo, la Institución Libre de Enseñanza, la Junta de Ampliación de Estudios, la Residencia de Estudiantes, las Misiones Pedagógicas, las colonias escolares, los ateneos, la Escuela Moderna de Ferrer i Guardia, las universidades populares y, ahora, la educación pública en todos sus niveles y las leyes que no le gustan.
Hay una línea que conecta a la nobleza hambrona, analfabeta y cristiana vieja (presunta) salida de la reconquista con el oscurantismo de Felipe II, con la zafiedad de Fernando VII (que suprimió las Universidades y restauró los toros y la Inquisición) y a aquéllos eximios con Bravo Murillo, de donde nos vienen lumbreras como Carmen Tomás, Francisco Marhuenda, monseñor Camino et alii que se dedican a balizarle al gobierno la ruta a seguir en el proyecto de desguazar la educación pública, universal, gratuita y de calidad.
Por esta razón no hubo por estos pagos ni Renacimiento, ni Ilustración, ni filósofos ni científicos de renombre, aunque sí grandes místicos y literatos obsesionados por la decadencia de un imperio encerrado en su yoísmo, que pasó de serlo todo a ruina ensimismada.
La coartada de la crisis permite al PP que denigre la educación pública, camino directo para estropear a largo plazo el alma de los pueblos y el espíritu de las gentes, que es de lo que se trata al final.
Como ya no es tan fácil embaucar a la opinión pública con mentiras, el PP intenta vestir el recorte educativo aludiendo al despilfarro, la pedagogía permisiva y equivocada de gobiernos anteriores, la vagancia del mal alumnado, el error de los padres progresistas y la mangancia de ciertos profesores sindicalizados que piensan más en el disfrute del moscoso que en cumplir con su obligación que es enseñar, males que sólo se dan en la educación pública, porque en la privada, blindada por el concordato, todo son rosas y cielo azul, alcanzándose en ella un nivel de conocimiento que asombra al mundo entero.
Una cosa es ser más exigente y otra muy distinta dificultar el acceso a la educación no obligatoria por razones de origen. Tampoco se debe confundir excelencia con propaganda, desbastar con devastar o desviar a las primeras de cambio a los rezagados a una formación subalterna que consolida la estratificación social. Además, causa risa que el gobierno pretenda la autoridad del profesor cuando, previamente, lo ha denigrado con toda clase de acusaciones maliciosas.
En nuestra ciudad el martes y el miércoles el seguimiento de la huelga se concentró en la enseñanza media y superior, mientras que el jueves el paro fue casi total en todos los niveles, de nuevo especialmente en los institutos públicos que agrupan el bachillerato y la educación secundaria obligatoria.
En la jornada del jueves 24 tuvieron lugar, además, seis concentraciones por la mañana en las principales ciudades de la región y, por la tarde, cinco manifestaciones en las capitales de provincia, en las que participaron decenas de miles de familias, docentes y alumnos que no se resignan a ser espectadores mudos de la destrucción de un derecho que tanto costó conseguir.