Vejez, enfermedad, ignorancia y desamparo. Cuatro aspectos de la vida sobre los cuales el Estado del Bienestar actuaba para lograr, a la vez, un cierto grado de paz social, el mantenimiento del proceso de acumulación, un determinado nivel de ética colectiva  y la contención del sistema soviético.

El recuerdo de la crisis de los años treinta y los horrores de la guerra llevaron a constitucionalizar un sistema de regulación del capitalismo que fue hegemónico durante casi cuarenta años. Las Constituciones de la posguerra (Italia en 1947, Alemania en 1949, Francia en 1958, Portugal en 1976 y España en 1978, etc…) recogían catálogos de derechos sociales y potestades de intervención a través del gasto, la fiscalidad y la política monetaria, así como en áreas estratégicas de la economía como la industria, el sector energético y los transportes.
Desde los años ochenta del siglo pasado, la ola neoliberal comenzó a socavar los cimientos de todas las políticas públicas, sin excepción. La globalización, el hundimiento soviético y la estanflación aceleraron el proceso de acoso y derribo del Estado social y de sus instrumentos de intervención. El neoliberalismo dejó de ser una secta, convirtiéndose en la religión económica oficial, como el cristianismo bajo Constantino, comportándose con la arrogancia y la violencia verbal propias de cualquier grupúsculo confirmado. El dogmatismo neoliberal contaminó a la socialdemocracia, que quedó desarticulada. A los partidos de la izquierda estatalista les ocurrió otro tanto tras el derrumbe de la URSS.  El neoliberalismo se extendió por un yermo, de ahí la rapidez de su avance.
El neoliberalismo trajo los males de la desregulación y agravó todas las crisis financieras del último cuarto de siglo, así como unos índices intolerables de pobreza, de desigualdad y de destrucción medioambiental. Por encima de mil discursos críticos, una realidad degradada se fue convirtiendo en el principal desmentido al neoliberalismo.
La última crisis, la del año 2009, que ha adquirido una dimensión sistémica, ha producido por vez primera en nuestro país dos efectos contrarios: la radicalización de la derecha gobernante y el rechazo de los ciudadanos a los programas neoliberales.
El proyecto oculto de ingeniería social de la derecha la lleva a desconstitucionalizar los sistemas, a lo que reaccionan los ciudadanos apelando a la Constitución para defender sus derechos. En esta lógica de la acción-reacción vivimos hoy. Pero su tiempo tiene un límite, porque el gobierno está destruyendo el pacto sobre el que se sostiene la paz.
Si hay un asunto en el que la ciudadanía no tolera recortes es en el sanitario. Será porque el ser humano teme a la enfermedad más que a cualquier otra cosa, porque no creemos en el más allá, porque una población cada vez más envejecida sabe que tendrá convivir con la enfermedad más tiempo o porque, casi con seguridad, moriremos en la cama de un hospital.
A la ciudadanía se la podrá engañar, y sólo hasta cierto punto, con prestidigitaciones sobre el modo de gestionar hospitales que, al final, se descubren ruinosos, pero nunca sobre las bondades de gastar menos utilizando agujas no desechables, compartiendo gasas o doblando guardias.
La resistencia que está encontrando el gobierno del PP en su asalto contra la salud pública es mayor que en otros ámbitos. La gente de nuestra provincia no duda en encerrarse en sus ambulatorios cuando se decreta su cierre, como anteayer en Pobo de Dueñas, o rodea con un cordón humano a sus hospitales públicos para evitar que sean convertidos en un negocio, como acaba de ocurrir en Manzanares (Ciudad Real). La misma lógica comparte la convocatoria del 15M de Azuqueca de Henares, consistente en rodear con una abrazo protector al CEDT el próximo miércoles día 19, a las 18’00 horas.
La salud de la sanidad pública es muy delicada. Hacen falta muchos ciudadanos para que la defiendan, ahora que el PP le ha declarado la guerra.
La gravedad del asalto es tal que en Madrid, sentina de los excesos neoliberales, todos los colectivos sanitarios participan en una huelga indefinida, que va por la cuarta semana, contra los planes de privatización absoluta del gobierno del PP.
La marea blanca avanza porque la agresión del PP es mortal de necesidad. O se para el desmantelamiento de la sanidad pública o no quedará nada que defender. A este punto hemos llegado.