El pasado cuatro de enero y desde el mediodía aproximadamente, un grupo de personas se encerraron en una sucursal del BBVA de Guadalajara con el firme propósito de detener el desahucio de María, ciudadana de 75 años.

La historia de María es parecida a la de muchas otras personas que han sido víctimas de la burbuja inmobiliaria, a resultas de la cual tenemos un país estragado, una ciudadanía empobrecida, familias en la calle y una deuda privada que ha llevado a un rescate bancario que pagan los que tributan, que no son todos los que debieran, ni mucho menos, con sus impuestos y recortes.

Después de tanto latrocinio, los culpables, que son los banqueros indecentes, los reguladores que miraron hacia otro lado, los políticos consentidores y demás devotos y familiares, disfrutan de la protección que les otorga el sistema, porque ellos son sistema y las leyes les amparan mientras que castigan a las víctimas.

La ley hipotecaria vigente, vetusta, preconstitucional y abusiva, es expresión nítida del interés del más fuerte. Treinta años han tenido los partidos gobernantes (PSOE-PP) para cambiarla, a lo que siempre se han negado, poniéndose del lado del facineroso y haciendo burla del mandato constitucional que establece “el derecho a disfrutar de una vivienda digna”.

Cuando María se encerró en la sucursal del BBVA, junto a miembros de la PAH, del 15M, de IU y otras personas anónimas, seguramente no pensó que su acto alcanzaría repercusión alguna. Para ella su actitud era de lo más natural: se encerraba porque quería defender el futuro de su hijo minusválido, ya desahuciado, y lo hacía en compañía de otros porque necesitaba sentirse arropada. Pero por encima de la justicia de su reivindicación y del interés de su hijo, María no deseaba que ninguno de quienes la acompañaban sufriera daño, como bien demostró al final.

El único pecado de María fue avalar la hipoteca de su hijo con su vivienda, práctica habitual del sector bancario para asegurarse no sólo el pago de la deuda, sino la posesión de un bien adicional con ausencia de cargas en caso de impago. La crisis se cebó con su hijo, que se convirtió en un parado más del ejército de desempleados que pena en nuestro país. Comenzaron sus problemas crediticios y el banco ejecutó la hipoteca quedándose con su vivienda. Pero lejos de conformarse, el BBVA reclamó la deuda a la avalista, María, que, con una exigua pensión, tenía que volver a ponerse al frente de su núcleo familiar, pero en esta ocasión con la espada de Damocles de la ejecución hipotecaria sobre su cabeza. Comenzaron las negociaciones con el banco y éste aceptó dejar a María la vivienda en usufructo mientras viviera. Ella comprendió que esta oferta suponía una amarga derrota pues el banco, no contento con haberle arrebatado la casa a su hijo, pretendía castigarle a ser un desahuciado cuando ella faltase.

El encierro duró unas catorce horas aproximadamente en las que ocurrieron muchas cosas. Se avisó al SESCAM porque una de las personas encerradas sufrió una bajada de azúcar. Cuando llegaron los sanitarios se les pidió que introdujeran comida en la oficina bancaria. Los policías que custodiaban la puerta no permitieron la entrada de ningún alimento, lo que provocó que Eva, otra afectada y miembro activo de la PAH, tuviera que salir al no poder realizar ingesta alguna que paliara los efectos de su diabetes. A pesar de la tensión y los sinsabores, hubo tiempo para cantar, para reír, para dar las gracias por el cariño recibido tanto dentro de la oficina como fuera, donde unos cuantos velábamos expectantes por un final feliz que, desgraciadamente, no se produjo. La historia terminó con la llegada de los antidisturbios sobre las dos de la madrugada, que emplearon contra los encerrados tácticas intimidatorias absolutamente intolerables. Quienes estábamos allí apoyando la causa de María y a pesar de la mezcla de temor, rabia e indignación que sentíamos, mantuvimos fríos los ánimos, ante la actitud prepotente de la policía.

La acción de los antidisturbios fue fulminante. En cuestión de segundos, el grupo de policías que se encontraban custodiando la puerta salió dando empujones mientras los antidisturbios, con un rápido movimiento, iniciaron el asalto a la oficina y posterior desalojo. Uno por uno fueron sacando a los compañeros mientras fuera les aplaudíamos y abrazábamos. No faltaron momentos de tensión con la policía. La sucesión de empujones terminó cuando María se colocó delante de quienes allí estábamos y ante los efectivos policiales para solicitar calma. Aquella mujer menuda y de aspecto frágil evitó con ese gesto valiente un desenlace violento de un acto que siempre fue pacífico. Confucio dijo una vez, es mejor encender una vela que maldecir la oscuridad. En esos momentos, María no era una débil llama en la oscuridad, sino la luz del sol que brilla con fuerza y que, al mismo tiempo, consciente de su poder, nos iluminaba a todos, aportándonos calma y serenidad

A pesar de que las peticiones de María no fueron satisfechas, quienes estuvimos allí no nos fuimos con un sabor amargo. Sabíamos que la lucha no ha hecho más que empezar y que actos como éste se sucederán mientras no cambien las leyes que consienten el abuso y el atropello del débil. Vivimos tiempos en los que la legitimidad está muy por encima de la legalidad, tiempos que reclaman firmeza en la defensa de los principios y valentía para hacerlo.