Unos dos mil vecinos se manifestaron por las calles de Guadalajara para defender la sanidad pública y mostrar su repulsa al cierre decretado por el Gobierno de Cospedal de las urgencias nocturnas en las zonas rurales.

Hasta aquí lo aparente. Pero debajo de la epidermis de la manifestación se cocía otra realidad, menos amable, intangible, que hay que contar, para aviso de despistados e ingenuos.

En esta manifestación había una porción de nuevas caras adheridas a la protesta, muchas de las cuales recabaron allí por oportunismo, porque toca, porque forma parte de una estrategia para recuperar algo de imagen política, para evitar el repudio en sus pueblos, porque el jefe político lo ha ordenado o porque las encuestas reflejan en sus partidos pérdidas de votos insoportables.

Llama por otra parte la atención la afluencia de medios informativos que cubrían el evento, cuando en muchas otras manifestaciones anteriores, tan honorables como la que ahora reseñamos, tales medios no enviaban ni al reporter Tribulete para que tomara unas fotos o unos tristes apuntes, quizás porque tales protestas las convocaban los pelagatos de siempre, esto es, los sindicalistas e IU.
No es que lamentemos que todos los que estuvieron en la manifestación se manifestaran. Para estas cosas siempre hemos sido muy generosos, aunque de una generosidad que raya en la estupidez y que conduce al suicidio. Por otra parte, la presencia de caras nuevas tras las pancartas no altera la justicia de la causa que se defendía. Incluso, lo contrario es verdad también. La bondad de la causa no habría sufrido menoscabo en el caso de que estos nuevos fichajes se hubieran quedado en sus benditas casas.

Lo que queremos significar es que no nos fiamos de los que ahora se dejan caer en las manifestaciones. Nunca los vimos antes sosteniendo causas tan justas o más que la que hoy corresponde defender. Además, durante el recorrido de la manifestación se les notaba un poco fuera de su medio, envarados, torpes, como la foca que intenta bailar claqué o como el que viste ropas prestadas que aprietan y dan picor. Nos les faltaba habilidad, en cambio, para colocarse al lado del micrófono o de la cámara de televisión, para ser retratados muy convenientemente, mostrando ser peritos en el difícil arte de aparentar sin merecer.

No podemos evitarlo. Nos rechinan los dientes cuando el que enarbola la pancarta reivindicativa se empeña, al mismo tiempo, en defender al gobernante que es origen y causa de lo que se denuncia, o que el mismo que aplaude la ley que ampara el destrozo en la sanidad se lamenta de que el recorte llegue a su pueblo. No es por ponernos pesados, pero es la Ley 15/97, llamada de Habilitación de nuevas formas de gestión del sistema nacional de salud, la que da cobertura jurídica a la demolición de la sanidad pública que ahora se practica, y que tal ley fue probada por los partidos del sistema: PSOE, PP, CiU, PNV y CC.

No basta con dar cuatro voces y ponerse melodramático para redimir un historial de años de mangancia. O algunos empiezan a quemar los carnés de sus partidos, echar furias por la boca, abjurar de sus jefes y demás actos de contrición sincera que puedan consignarse, o caminaremos juntos en las manifestaciones pero nunca revueltos.

Asombra escuchar a estas alturas del milenio, a punto de que el hombre llegue a Marte, que haya alcaldes del PP que consideren una vergüenza que Cospedal cierre sus consultorios médicos por la noche y, a la vez, sostengan que Cospedal es una gobernanta magnífica que ha decidido tal cosa porque ha sido engañada por quienes la aconsejan, que son unos pérfidos. ¡Señora presidenta, no se fíe de su entorno, que la indispone contra su amado pueblo, ese por el que usted se desvive incluso cuando no está en Castilla-La Mancha, que es casi siempre, y que la votó con entusiasmo!, pensarán estos ediles del PP a pesar de que su venerada Presidenta deja en cueros vivos a sus pueblos, sin escuelas, autobuses y, ahora, sin médicos por la noche.

Esta forma de razonar, por llamarla de algún modo, es copia de la que se empleaba en tiempos de los zares o de Stalin, que tanto da, para disculpar los crímenes cometidos por el tirano.

Algunos creíamos desterrado, superado y enterrado el misticismo sobre el gobernante, al que se le supone padrecito bondadoso, que vela por la felicidad de sus súbditos y que cuando toma decisiones atroces lo hace porque es víctima del engaño o de un perverso Rasputín.

En Castilla-La Mancha no tenemos padrecito sino madrecita, la señora Cospedal, en demostración palpable de que a nuestra región le faltan cultura, información, escuelas, juicio y fósforo, el necesario para que, llegado el momento de las urnas, no se olvide quién causó los estragos que hoy sufrimos.

Definitivamente, la Siberia no empieza tras los Urales.