El sistema capitalista alienta el movimiento libre de capitales, el sometimiento del trabajo al capital y la búsqueda del mayor beneficio por encima de cualquier otra consideración.

El movimiento libre de capitales es otra forma de referirnos a la posibilidad que tienen los capitales de desinvertir en un país cuando hay otro en el que la mano de obra cobra menos y no tiene derechos.

La subordinación del trabajo al capital significa que el obrero no es un ser humano sino una mercancía, un objeto, un instrumento, un medio, una pieza que cuando no conviene se cambia por otra más joven, fuerte y barata, olvidándose que el obrero es también consumidor y que cuando no hay obreros o su renta es muy baja no hay demanda solvente.

Y la búsqueda del mayor beneficio quiere decir que una tasa de retorno superior es siempre preferible a otra inferior aunque su obtención lleve a destruir fábricas, tejidos industriales, legislaciones, democracias y países.

Añadamos a lo anterior que el austericidio impuesto por la troika y Rajoy ha provocado un paro mayúsculo, una bajada de salarios brutal, la pérdida de derechos y la imposibilidad de hacer planes de futuro a una población que ha reducido drásticamente su consumo, dañando la capacidad productiva de las empresas instaladas en nuestro país.

Terminemos diciendo que, además, la contrarreforma laboral del PP permite que las empresas planteen ERES sin autorización ni justificación, amenazando con marcharse a otro país cuando han cobrado las subvenciones y no se cumple su voluntad, favoreciéndose que hagan lo que les da la gana, que es el estado en el que nos encontramos.

Por todas estas razones, sistémicas y coyunturales, la dirección de Bormioli anuncia ahora que cerrará la factoría de nuestra ciudad, echando a la calle a 330 trabajadores, muchos de ellos azudenses, de los que dependen 330 familias.

Un cierre patronal de este calibre es un golpe muy duro. Primero, para los trabajadores que lo van a sufrir, que irán al paro en una circunstancia en la que estar desempleado no es sólo una desgracia sino una condena. Y, también, es una malísima noticia para la ciudad, que con estos despidos se va a resentir aún más de una crisis cada vez mayor.

Se dibuja con claridad el perfil de un país sin industrias, abocado a la estacionalidad del turismo, con salarios de hambre y un paro monumental, en el que los más preparados hacen la maleta y venden su conocimiento en el extranjero.

Por este camino hoy ocurre lo de Bormioli. Pero mañana habrá otros Bormiolis en Azuqueca de Henares y en otras ciudades de nuestro país, si no cambia un rumbo, con urgencia, que nos lleva a la ruina.