Hoy los trabajadores de Bormioli son llamados a una consulta dramática: aceptar una reducción salarial del 15% y un aumento de los días de trabajo a cambio de que la factoría se mantenga abierta sólo dos años más o, si no, plegarse a la amenaza de la dirección de la empresa consistente en despedir a 120 trabajadores dentro de tres días y, al resto, hasta completar una plantilla de 330, durante el año que viene, lo cual desembocará en el cierre definitivo de la factoría que la multinacional tiene en Azuqueca de Henares.

En la España neoliberal y corrupta en la que vivimos a esto se le llama negociación, cuando no es sino chantaje del capital al trabajo, en demostración palpable de quién tiene la sartén por el mango.

Así se gana competitividad en la España del PP: salarios de miseria y que los trabajadores renuncien a sus derechos. El futuro que nos aguarda es acercarnos al paraíso de Bangladesh, ejemplo de humanidad y de civilización.

Pulula por aquí la doctrina de que es mejor que te saquen un ojo que quedarse ciego o trabajar a perpetuidad en un minijob con un sueldo de hambre que estar en el paro, cuando estas opciones son falsas, excepto en lo que demuestran: que el capital tiene poder para imponerle al trabajador cómo va a ser cocinado, en el fuego o a la brasa.

Aduce Bormioli para justificar el ultimátum que no vende un plato, lo cual no es cierto puesto que el 38% de sus ingresos proceden de la sección de vajillas, compuesta por tres factorías, dos en Italia y la española, ocupando todas al 38% de su personal, en correspondencia exacta de una cifra con la otra.

Quiere esto decir que la sección de Bormioli que más factura es la de vajillas (frente a la de plásticos, vidrio y cristalería), a lo cual se une que sus ingresos en los peores años de la crisis han subido, siendo en el 2011 de 531’3 millones de euros, de 554’5 millones en el 2012 y estimándose la cifra de negocios para el 2013 en 570 millones de euros.

Por tanto, Bormioli no vende menos, lo cual está en correspondencia con su esfuerzo por abrir filiales de negocios en China, EEUU, Alemania y Francia.

Además, Bormioli tiene diversificada su producción, incluso donde la competencia le hace más daño, el negocio de los envases de plástico, con diez factorías en Europa (siete en Italia, dos en Francia y la de España) pudiendo, por tanto, compensar los malos resultados de unas con los buenos de las otras si lo que quiere es mantener capacidad productiva y puestos de trabajo sin necesidad de acudir a chantajes y traumatismos.

Lo que parece claro es que desde hace mucho Bormioli se ha desentendido de la factoría española, a la que no ha dedicado las inversiones que requería, muy al contrario de lo que ha hecho con otras fábricas, por ejemplo la de Bergantino, que sufrió un incendio muy aparatoso el año pasado y que se llevó una inversión multimillonaria para su reconstrucción que pesa sobre el estado actual de las cuentas generales de la empresa y que, quizás, se pretenda endosar a los trabajadores españoles con la reducción de sus nóminas o el cierre patronal.

Tampoco la auditoría de Moody’s sobre la multinacional refleja para el 2013 un empeoramiento de la situación con respecto al año anterior, muy afectada por la interrupción de la producción en los hornos de Bergantino.

Dicho todo lo anterior, cunde la idea de que la dirección de Bormioli viene a España a imponer una reducción del gasto salarial de 4 millones de euros sin comprometerse a efectuar las inversiones necesarias para que la factoría sea viable en el largo plazo. La sospecha es que la fábrica acabará cerrándose en breve, con la particularidad de que mientras ello ocurra la cuantía de la nómina de sus trabajadores será menor y las aportaciones públicas al ERE del que se está beneficiando no habrán servido más que para mejorar los dividendos de sus accionistas.

Difícil papeleta es la que tienen que resolver los trabajadores de Bormioli. Mañana sabremos su decisión.

Sólo nos queda decirles que IU estará a lo que dispongan.