Muchas veces se oye el lamento de que “Bruselas nos gobierna”, que “no podemos hacer nada”, que “la troika nos dirige”, que “el parlamento de la Carrera de San Jerónimo no tiene capacidad para decidir” o que “Berlín dispone y Madrid acata”. En definitiva, el maldito “qué le vamos a hacer”, “el mundo es así” o “esto es un valle de lágrimas” .

Pero las cosas podrían ser muy diferentes. Ocurre lo que pasa porque la Unión Europea es rehén desde hace mucho tiempo de populares y socialistas, y que ambos han sido abducidos por esa ideología perniciosa que llaman neoliberalismo, fabulita que no es más que la estopa con la que el fuerte zurra al débil, legitimación del capitalismo salvaje que permite que unos pocos dirijan el mundo mientras viven como sultanes a costa de la miseria y la opresión de la infinita mayoría.

Después de cinco años de crisis aguda debiera estar de más recordar que estas elecciones son importantes, trascendentes, superlativas pero, por desgracia, no es ocioso hacerlo porque hay candidatos que provocan la modorra del respetable para que sólo voten sus convencidos mientras rezan para que el resto se quede en casa creyendo que la pluralidad del país la subsumen un señor llamado Cañete y una señora llamada Valenciano, piezas del bucle del que es preciso escapar con urgencia.

La UE, tal y como está constituida hoy después de una deriva de decenios, no sirve a los fines para los que fue creada. O se renueva o sucumbimos con ella.

Hay que tomarse en serio estas elecciones, despertar y cambiar de raíz lo viejo en un sentido positivo, igualitario y social. O rompemos o nos rompen, he ahí el dilema.