Juan Carlos I abdicó y la gente se echó a la calle, unas doscientas personas, para pedir un referéndum sobre la forma de Estado y reivindicar la república, que es una magistratura más moderna y compatible con la democracia, como se sabe desde los tiempos de Pericles.

Gentes de IU, de Podemos, de EQUO, del 15M, anónimos, independientes, etcétera, cada cual de su padre y de su madre, salieron a decir que la renovación no es cambiar a un Juan Carlos por un Felipe y que tanto da un primero que un sexto, coincidiendo con la opinión de la reina que con su especial donaire decía en Nueva York, al lado de la señora Mato, que con el cambio todo va a seguir igual, que en eso consiste el truco.

Pero la cuestión es otra. Se trata de reivindicar que el pueblo sea el verdadero soberano e impedir que el soberano, aunque se las dé de campechano, quiera ser más que pueblo y suplantador de la soberanía por la gracia de su linaje.

La monarquía o se legitima por la divinidad o no tiene futuro. Por eso es tan débil tras el decaimiento de la alianza entre el trono y el altar, como sospechaba nuestro integrista Donoso Cortés. No digamos ya con la irrupción de las redes sociales en las que cualquier villano puede cantarle las cuarenta al rey de espadas.

De ahí procede que los reyes modernos sean más bien relaciones públicas, conseguidores, comisionistas, altos funcionarios, vividores o todo a la vez, reyes de oros en vez de bastos, a veces también de copas, metidos en turbiedades y escándalos de aúpa.

En la calle se respiraba un aire de confianza, festivo, los rostros estaban más luminosos que de costumbre, la gente quería ver y mostrarse, orearse respirando la primavera, pacíficamente, hablar por su boca, sin intermediarios, como soberanos, como reyes cada uno de su vida, reyes todos, ciudadanos iguales que pedían algo tan subversivo como que se les pregunte sobre qué instituciones consienten y el modo de acceder a ellas.

Llama la atención que no se viera a nadie del PSOE, ni concejales ni miembros de su ejecutiva, simpatizantes y demás en el alborozo callejero, cuando son tan proclives a estar en todo. Luego dirán, si las tornas cambian, que siempre fueron republicanos de todo corazón aunque de catacumba y a oscuras. A otros tampoco se les vio, pero no se les esperaba, lo cual, por no ser reseñable, no merece una letra más.

Pero aún es más asombroso que el 91% de los diputados anuncien aprobar una sucesión rápida, sin discusión, despreciando el referéndum y una posible reforma constitucional, aunque sea ese el sentir mayoritario de la ciudadanía. Parlamento ciego y sordo, que no mudo, en otra realidad, es lo que tenemos. La distancia entre el pueblo y las instituciones dominadas por la asfixia bipartidista es insalvable. Sólo se salvan los diputados de siempre, un puñado, entre ellos los nuestros, los de IU.

Ni de oros ni de bastos, no queremos más realeza de manteleta porque se nos acabó el entusiasmo bobo. Mejor un referéndum, mejor la república.