Las marchas expresan la angustia de millones de ciudadanos y, también, señalan un camino de esperanza que está por recorrer, conquistas aún lejanas pero luminosas, imprescindibles, anhelos de una sociedad harta de ser depauperada por un gobierno que es minoría corrupta, maquinaria para la succión y el bombeo de la energía, la fuerza y el trabajo de los ciudadanos para beneficio de un puñado de parásitos y demás prescindibles.
Es muy grave tener que salir a la calla a reivindicar la dignidad, porque una sociedad que niega la dignidad a las personas está enferma.
¿Quiénes nutren las marchas por la dignidad? El ejército de víctimas provocado por la crisis-estafa: desahuciados, personas aplastadas por las deudas, parados, gentes que no alcanzan a satisfacer las necesidades mínimas, precarios y damnificados de toda condición, nuevos pobres, los arrojados a las cunetas de la sociedad, exiliados económicos y todos los que tienen corroída el alma por las injusticias contempladas.
Estos ciudadanos no están solos en sus luchas y afanes. Cuentan con la simpatía general y con el apoyo de la PAH, del 15M, de IU, de Equo, de la CGT y de decenas de organizaciones y movimientos en los que se reflejan las mil facetas de la izquierda transformadora, la que sueña con la utopía para alcanzar una realidad decente, la que linda con la socialdemocracia demediada y sucumbida, la única que puede cambiar de raíz lo dañino y miserable que nos lleva a la perdición porque en sus filas también están los que sufren.
No se puede imaginar dignidad con este gobierno. Es imposible por más que se intente, no hay nada que hacer. Acusa el PP a las marchas de ser violentas. No se puede estar más ciego ni tener peor fondo. Ocurre exactamente lo contrario: las marchas nacen de la violencia ejercida por el PP contra la sociedad porque el Partido Popular va contra el pueblo, negando así el adjetivo que lo califica, quedándose sólo en partido, artefacto desnudo al servicio de un puñado. La gente ya se ha dado cuenta, al menos los que quieren ver, y son millones.
Se sabe que el pueblo español es muy paciente y poco dado a la movilización colectiva. Cuando la gente se arroja a las calles es porque está harta de sufrir atropellos e injusticias. Esto es lo que ocurre, por mucho que el PP tergiverse los hechos y sus altavoces mediáticos difundan la mentira con constancia obstinada.
Por eso, en todas las marchas, hasta la afonía, se escucha un grito unánime, gobierno dimisión, que expresa una verdad radical, sin apelación posible, que es que hay que derribar a este gobierno de un modo aplastante, con la fuerza de los votos, para que no quede de él ni un vestigio, ni una piedra.
Barrer al gobierno en las urnas, elegir a quienes quieren un país nuevo sobre bases justas, erradicando lo que daña sin temor a hacer daño porque no hay daño en acabar con lo dañino. Esta es la cuestión apremiante. Ya queda poco.