Un año más, y ya han pasado once, recordamos a las víctimas del salvaje atentado yihadista contra los trenes de cercanías de Madrid, en el que murieron 192 personas y otras 1.892 resultaron heridas.

Este año honramos su memoria en medio de un renacer del terrorismo integrista. Pende hoy sobre la población civil la violencia doble del yihadismo de Al Qaeda y del Estado Islámico. Esta violencia no va a cesar. Cabe sólo reducirla al máximo. Desgraciadamente, nos esperan jornadas de mucho sufrimiento.

Vivimos bajo una guerra declarada por un salvajismo que viene de la oscuridad, por una barbarie que corta cabezas, quema vivas a las personas, revienta niños a los que convierte en bombas humanas o degrada a las mujeres a la condición de esclavas, de animales.

El fanatismo terrorista debe ser combatido sin cuartel con todos los medios del Estado de Derecho, con especial atención a las fuentes de financiación, suministro de armas y adoctrinamiento.

Hay que impedir que la guerra contra el yihadismo pudra la democracia. Algunos de nuestros gobiernos, traidores a sus pueblos, así lo quieren porque tienen muchas miserias, responsabilidades y manipulaciones que esconder en su relación con las monarquías corruptas del golfo pérsico, con los sátrapas del norte de África y con las milicias terroristas con las que colaboraron cuando las llamaban defensoras de la libertad.

Esa pudrición de la democracia es un regalo para el fanatismo yihadista que busca enfrentar su maldad radical a la maldad del otro, porque en eso consiste la guerra teológica.

No alimentemos la lujuria de sangre y de odio yihadista con nuestra pudrición, consistente en el abandono de la moral democrática y el laicismo, como ya ocurre en buena parte de Europa.

No se combate el salafismo con un fascismo autóctono. No se cambia un califato demencial por un dictadorzuelo propio. No es cuestión de elegir entre una policía religiosa y otra que reprime igual aunque bajo nuestra bandera.

No consintamos tal degradación. Este es el mejor homenaje que podemos hacerle a los inocentes que fueron asesinados por el odio fanático hace once años.

Se lo debemos.